El coronavirus marcará un antes y un después en la vida de los ciudadanos y en sus hábitos de consumo. En la era del distanciamiento social, los «espacios seguros» se han convertido casi en una exigencia por el miedo al contagio y la desconfianza que ha generado la pandemia. Si antes de la crisis sanitaria viajar en coche con varios desconocidos, pasar las vacaciones en un piso turístico ajeno o comprar artículos de segunda mano a un extraño estaban a la orden del día, ahora los usuarios extreman precauciones y cualquier decisión que implique la compartición de bienes físicos es puesta en cuarentena. «Aparecen nuevos perfiles más cuidadosos y un elemento más a la hora de distinguir el consumidor, que es la percepción del riesgo hacia el coronavirus», señala Melissa Renau, investigadora y experta en economía colaborativa de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
Este nuevo escenario supone un cambio radical para las empresas que, de modo genérico, se engloban en la denominada economía de plataforma: Airbnb, Uber, Blablacar, Car2Go, Wallapop, Milanuncios… un mercado que había crecido como la espuma de la mano de las nuevas tecnologías y que se prevé que alcance un impacto mundial superior a 300.000 millones de euros en 2025, según la consultora PwC. Su potencial es enorme, pero ni los titanes que abanderan este modelo de negocio han sido inmunes al golpe del Covid-19.
Uber, la multinacional de transporte compartido, anunció el pasado mes de mayo el despido de casi 7.000 trabajadores, así como el cierre de 45 oficinas. Y Airbnb, la plataforma de alquiler vacacional, comunicó también su intención de hacer ajustes de personal al prescindir de 1.900 empleados, un 25% del total de su plantilla. Aunque el periodo de confinamiento ya ha pasado, la previsión es que las dificultades para estas empresas continúen. «Dependerá de los sectores, pero es de prever que las actividades que impliquen un uso tangible de los activos, como puede ser un coche, o que supongan un intercambio físico se vean afectadas porque estamos ante una crisis sanitaria», asegura José Luis Zimmermann, director general de la Asociación Española de Economía Digital (Adigital). null
El problema radica en que los negocios que, en sentido estricto, son de economía colaborativa se sustentan en relaciones «peer-to-peer», es decir, de igual a igual, en las que los usuarios carecen de garantías plenas sobre el seguimiento de las medidas de seguridad.
Pérdida de confianza
«En este tipo de economía la confianza entre iguales es algo básico y si en la situación actual no se puede verificar y asegurar, mayormente en lo relativo a la higiene, los servicios se van a ver castigados», apunta Jesús Charlán, profesor de ESIC. Y continúa: «Siempre digo que cuando algo de tu producto o servicio está solamente en manos de la clientela, nos encontramos en grave peligro porque no podemos controlar lo que hacen los demás y eso conlleva un riesgo».
Debido a su rol de meros intermediarios, hay plataformas que no pueden certificar el cumplimiento de las indicaciones que proporcionan a los clientes, con la consiguiente amenaza de que se produzca un trasvase hacia las empresas tradicionales. «En los negocios convencionales jurídicamente están más claras las reglas del juego. Los consumidores sienten que un particular no está sometido a control externo y una empresa sí porque hay inspecciones, etc., y eso les hace tener mucha más tranquilidad. Las economías de plataforma tendrán que competir con ello», destaca Carmen Valor, profesora de Economía de Comillas ICADE.
Sirva como ejemplo lo que sucede en el caso de Blablacar, que suma 90 millones de usuarios en los 22 países en los que está presente. La compañía de origen francés, que redujo a la mínima expresión su actividad desde principios de marzo, no se responsabiliza de ningún incidente que tenga lugar durante los trayectos y, por eso, en relación al coronavirus, solo puede ofrecer información sobre la normativa y consejos a través del proceso de reserva, además del sistema que ya tenía establecido para valorar al conductor y al resto de pasajeros. Consciente, eso sí, de los perfiles de demanda que están apareciendo a raíz de la pandemia, ha abierto una nueva funcionalidad que permite ofrecer un viaje con una sola plaza. «Como cualquier empresa que intenta sobrevivir, tratan de ser lo más flexibles posibles y adaptarse a la situación todo lo buenamente que puedan para seguir atrayendo al consumidor, falta ver cómo reaccionará la gente… Otro tema que se ha puesto sobre la mesa es que estas plataformas, como intermediarias, no pueden obligar al usuario a limpiar su coche, por lo que puede que algunas lo pasen mal», comenta Renau, de la UOC.
Pero también la denominada economía de acceso, en la que están incluidas las empresas de «motosharing» (Scoot, Cooltra, Movo, entre otras) y «carsharing» (Car2Go, Emov, Zity, Wible…) notará las secuelas de la pandemia. «A pesar de que se están incorporando medidas de seguridad es muy normal pensar que hasta que realmente no se mitigue del todo la enfermedad, haya un porcentaje de gente, quizás usuaria antes de esto, que ahora tenga más reservas. Habrá otros que no y, obviamente, estos servicios están funcionando, pero es plausible pensar que sí se van a ver afectados», advierte José Luis Zimmermann, de Adigital.
Y es que, aunque como revela el estudio Monográfico sobre la economía colaborativa, realizado por Aecoc en 2018, en España casi seis de cada diez personas (57%) reconocía haber utilizado alguna plataforma online de economía colaborativa en ese año, ahora estos modelos se enfrentan a una fuerte incertidumbre que llena de nubarrones su futuro más inmediato. Eso sí, tal y como apunta Valor, habrá quienes saldrán menos perjudicados. Pone como ejemplo la movilidad compartida. «Está muy conectada con la estrategia de movilidad sostenible de la Unión Europea y esas empresas recibirán apoyos para poder mantenerse. En cuanto a los negocios que no cuenten con tanto soporte institucional, teniendo en cuenta que muchos ya estaban en la cuerda floja, intentando conquistar crecimiento y rentabilidad, a lo mejor esto acaba con ellos y donde había cinco apps de segunda mano se quede solo una», pronostica la experta.
Sin embargo, no todo son malas noticias. Algo que da esperanza a las compañías que operan bajo este modelo –que representará entre un 2 y un 2,9% del PIB español en 2025, según las proyecciones de un estudio realizado en 2017 por la Fundación EY– es que los precios más competitivos que ofrecen compensen el recelo inicial, teniendo en cuenta, además, que una parte importante de la población perderá capacidad económica por la crisis –el Banco de España vaticina, en el escenario más adverso, una caída del PIB del 15,1% este año–.
La recesión, un asidero
Nacho de Pinedo, CEO y fundador de la Escuela de Negocios Digital (ISDI), recuerda que «estas plataformas están muy extendidas en países con economías más deprimidas que las nuestras, lo cual demuestra que son un valor muy relevante en situaciones de menor bonanza económica». Por este motivo, está convencido de que la crisis que se avecina como consecuencia de la pandemia va a suponer un gran impulso. «Por el lado de la oferta, muchos usuarios necesitarán un dinero extra y ofrecerán sus activos a otras personas y, por el lado de la demanda, también habrá mucha gente que quiera hacer las mismas cosas que antes, pero de una manera más barata», argumenta.
Aquí, el boca-oreja será fundamental. «Al principio había personas a las que les daba reparo ir a las peluquerías y cuando alguien les decía que habían acudido y se habían sentido cómodo, se animaban. Con estas empresas ocurrirá igual», indica Valor, de Comillas ICADE. Opinión que comparte De Pinedo. «En el momento que las plataformas demuestren que están teniendo protocolos de seguridad y que, de una manera palpable, puedan garantizar a sus usuarios que se están aplicando a rajatabla, la desconfianza inicial desaparecerá».
Otro elemento que juega a favor es la edad de los usuarios que emplean estas plataformas. Según el Monográfico sobre la economía colaborativa, el 58% de la población entre 25 y 34 años declara estar muy interesado en estas plataformas, mientras que el porcentaje se reduce al 30% entre la población de 65 a 75 años. «Los millennials, grandes usuarios de la economía colaborativa, no se perciben a sí mismos como un grupo de riesgo», plantea Carmen Valor, que entiende que existen tendencias a favor y en contra y que será cuestión de tiempo ver cuál de ellas vence finalmente. La carrera por reconquistar al usuario ya ha comenzado.
La tecnología, clave para velar por la seguridad
Adaptarse a los nuevos requerimientos del consumidor pos-Covid es un reto al que la denominada economía de plataforma no puede dar la espalda. En una coyuntura donde la prudencia ha ganado terreno entre la población para minimizar el riesgo de contagio, la tecnología está llamada a desempeñar un papel esencial. «Es un gran aliado. Si utilizamos la tecnología para suplir la responsabilidad individual podemos optar a recobrar la confianza», asegura Jesús Charlán, profesor de Esic que además es CMO de Dioxinet, compañía especializada en inteligencia artificial, «computer vision» e ingeniería digital. Por su parte, Melissa Renau, de la UOC, incide en que otro de los temas que la crisis originada por el coronavirus ha puesto sobre la mesa es la importancia que puede llegar a tener la ingente cantidad de datos que manejan estas plataformas en el control de posibles rebrotes, una de las incertidumbres que más preocupan. «El Covid-19 puede ayudar a entender que los datos tienen un valor claro para la sociedad y que, por lo tanto, es interesante que sean abiertos y que se promueva un uso más colaborativo».
Economía colaborativa, un modelo en el que no cabe todo
La Asociación Española de Economía Digital (Adigital) aclara que este término comprende los intercambios «peer-to-peer», entre usuarios, y en los que la plataforma actúa como intermediaria. En España, el ejemplo más claro sería el de Blablacar. También Airbnb, aunque en la parte exclusiva de alquiler de habitaciones o del inmueble por parte de particulares a otros a cambio de un retorno
Otras categorías: bajo demanda y de acceso
José Luis Zimmermann, director general de Adigital, indica que en la categoría de economía bajo demanda desaparece el intercambio «peer-to-peer», pero la empresa no presta el servicio subyacente. Por ejemplo, Uber o Glovo. La diferencia respecto a la economía de acceso es que en esta última la empresa sí que presta el servicio subyacente, como en el «carsharing» (las compañías ponen a disposición de los usuarios su propia flota de vehículos)