El auge del iPhone como mercancía global es inseparable del relato acerca de Steve Jobs como genial emprendedor que transformó una pequeña empresa de garage en la compañía más valiosa del mundo. Durante el mes de agosto, en plena pandemia, los valores bursátiles de Apple se dispararon. Si la empresa de la manzana fuera un país, tendría un PIB equivalente al de Italia y ocuparía el octavo lugar en el top mundial.
Pero el éxito de Apple es inseparable de la historia de otra empresa, la taiwanesa Foxconn, que emplea cerca de un millón de trabajadores, la mayor parte de ellos en China. Su principal cliente es Apple, pero trabaja también para Alphabet (Google), Amazon, BlackBerry, Cisco, Dell, Fujitsu, GE, HP, IBM, Intel, LG, Microsoft, Nintendo, Panasonic, Philips, Samsung, Sony y Toshiba. También para las firmas chinas Lenovo, Huawei, ZTE y Xiaomi. Foxconn ensambla iPads, iPhones, Kindles, Macs, TVs, PlayStations, impresoras y muchos otros productos. Aunque la clave es la producción para grandes marcas, desarrolla también productos propios y está realizando investigaciones en robótica.
Apple y Foxconn son empresas separadas, pero su existencia está totalmente asociada en los niveles de producción, logística, investigación en ingeniería y ventas. Se diseña en Silicon Valley, se fabrica en China (importando partes y materiales desde diferentes países). Una imagen muy concreta de las cadenas de producción a escala global. Aunque lo niegue, Apple es quien impone las condiciones de la producción en sus talleres globales, desde el control represivo sobre los empleados, hasta los ritmos infernales de producción, sobre todo cuando se lanzan nuevos productos o llegan meses de grandes ventas.
Por eso, la historia de Apple es también el relato de la feroz transformación capitalista de China en las últimas décadas, con ciudadelas industriales elevándose en pocos meses en lo que antes eran tierras desiertas o agrarias, con millones de migrantes rurales abandonando sus aldeas con un saco de ropa entre las manos, listos para acoplarse como un engranaje más en las líneas de producción, con bajos salarios y jornadas de más de 10 horas. Es la historia del surgimiento de una nueva clase obrera, la más grande del mundo a escala de una nación, que en los últimos años ha protagonizado protestas desesperadas, intentos de suicidio colectivos, revueltas y huelgas, a pesar de la represión patronal y gubernamental.
En 2010, hubo una ola de suicidios entre los trabajadores de Foxconn, cuando varios se lanzaron desde las ventanas de los dormitorios obreros. Hasta hoy se mantienen las redes colocadas tiempo después por la empresa debajo de los edificios, para atajar en su caída a quienes vuelvan a intentarlo. Ese año, en el mismo momento en que ocurría esta ola de suicidios, Foxconn ingresó 100.000 millones de dólares en ventas. En 2018, sus ingresos alcanzaron la cifra de 175.600 millones.
De todo esto, y mucho más, trata Dying for an iPhone [Morir por un iPhone], el libro de los investigadores Pun Ngai, Jenny Chan y Mark Selden. Ellos coordinaron un grupo trabajo durante más de una década desde China, Taiwan y Hong Kong, con el objetivo de adentrarse en la vida de los trabajadores y trabajadoras de Foxconn. El libro, del que ya se contaba con algún adelanto traducido al español, fue publicado en inglés por Pluto Press y Haymarket en agosto de 2020.
Durante varios años, los autores se infiltraron en las instalaciones de Foxconn en nueve ciudades chinas, visitaron las plantas de Shenzhen y las “ciudades de Apple” en Zhengzhou (Henan) y Chengdu (provincia de Sichuan), donde se ensamblan iPhones con salarios aún más bajos que en las ciudades costeras. La investigación continuó hasta fines de 2019, cuando se vio interrumpida por el coronavirus. Se basó en entrevistas a trabajadores y estudiantes en prácticas, a profesores que las monitorizaban, a gerentes y funcionarios de gobierno, junto con observaciones en el campo y documentación. Entrevistas, poemas, canciones, cartas abiertas, fotos y videos a los que lograron tener acceso, forman parte del libro y se comparten en la página web de los autores, para tratar de compartir los “deseos, sus sueños y las luchas para sobrevivir” de estos trabajadores.
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«Alrededor de las ocho de la mañana del 17 de marzo de 2010, Tian Yu se arrojó desde el cuarto piso de un dormitorio de una fábrica de Foxconn. Apenas un mes antes, había llegado a la ciudad de Shenzhen, la megalópolis de rápido crecimiento adyacente a Hong Kong que se ha convertido en la vanguardia del desarrollo de la industria electrónica de China. Aunque seguía siendo una zona predominantemente rural cuando fue designada como la primera Zona Económica Especial de China en 1980, Shenzhen experimentó un extraordinario crecimiento económico y demográfico en los decenios siguientes hasta convertirse en una importante metrópoli con una población superior a los 10 millones de habitantes en 2010, con casi 8 millones de migrantes internos procedentes del interior de Guangdong y otras provincias (que también se conocían como la población «flotante»).
Yu, que procedía de una aldea agrícola de la provincia central de Hubei, consiguió un empleo en Foxconn, en Shenzhen. En el momento en que intentó quitarse la vida, los consumidores mundiales esperaban con impaciencia el iPhone 4 renovado y el iPad de primera generación. Trabajando en una línea de productos de Apple del Grupo de Negocios de Productos Digitales (iDPBG) integrado de Foxconn, Yu era responsable de las inspecciones localizadas de las pantallas de vidrio para ver si estaban rayadas.
Un ciclo de producción cada vez más corto, un tiempo de trabajo acelerado y la obligación de hacer muchas horas extras, ejercieron una intensa presión sobre Yu y sus compañeros de trabajo. Milagrosamente, Yu sobrevivió a la caída, pero sufrió tres fracturas de columna y cuatro de cadera. Quedó paralizada de cintura para abajo. Su trabajo en la fábrica, el primero, será probablemente el último.»
Así empieza el capítulo 1 de Morir por un iPhone.
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Según las teorías del “fin del trabajo”, las empresas más importantes del mundo estarían reemplazando cada vez más trabajadores con robots. Sin embargo, si nos atenemos a lo que ha ocurrido en Foxconn durante los últimos años, la tendencia parece ser bastante distinta. Hon Hai Precision Industry Company (Foxconn), fundada por Terry Gou en febrero de 1974 en Taiwan, ostenta varios récords mundiales: es el fabricante de productos electrónicos más grande del mundo, el empleador industrial más grande del planeta y el empleador privado más grande de China, con plantas que agrupan en ciudades industriales a cientos de miles de trabajadores. [1]. Es también el primer exportador industrial de China y el segundo exportador más grande en la República Checa.
Conversamos sobre esta cuestión con Jenny Chan, una de las autoras del libro, quien nos atiende por zoom desde su casa en Hong Kong. “Este es un tema muy importante. Se discute mucho el fin del trabajo y efectivamente Foxconn utiliza más robots, produce sus propios brazos robotizados para ensamblar algunas partes y componentes, o para pulverizar una superficie. Esto es algo bueno, para reemplazar procesos que pueden ser tóxicos o peligrosos para las personas, que tendrían que usar máscaras. Pero Foxconn tiene relativamente bajos márgenes de ganancia, mientras los grandes beneficios están en manos de Apple, Google, HP, o Sony, y Foxconn siempre se encuentra bajo una gran presión para ensamblar los productos de forma suficientemente rápida y barata. Y si bien Foxconn es un ejemplo del uso de más máquinas y automatización, por otro lado, la mano de obra humana es todavía más barata, es flexible, y se puede despedir, para acomodarse a las fluctuaciones del mercado. No creo que estemos ante el “fin del trabajo” … los seres humanos no se pueden reemplazar por completo, somos seres creativos, productivos y con capacidad de renovarse” asegura Chan.
En el libro, los testimonios muestran una realidad de intensos ritmos de producción, agotadoras jornadas de trabajo, ausencia de derechos laborales, controles autoritarios de la empresa y complicidad de los sindicatos con la represión del Estado… Parecen condiciones propias del siglo XIX, mientras que las líneas de producción escupen hasta 150.000 iPhones al día. Son parte de las profundas contradicciones del desarrollo desigual y combinado en China.
“En un sentido, no se puede encontrar un proceso de mayor modernización, y a nivel gerencial en Foxconn han aprendido las teorías de recursos humanos más modernas, así se presentan a sí mismos. Pero, al mismo tiempo, la realidad es que son condiciones que parecen de aquellos primeros años del capitalismo. Son largas jornadas de trabajo, donde no tienen siquiera un día garantizado de descanso cada semana, y el trabajo extra es la regla, ya que el producto tiene que salir siempre ya.
Apple controla un ciclo de producción que tiene que ser cada vez más corto, y Foxconn solo puede tomarlo o dejarlo, porque hay otras empresas que compiten por aprovisionar a Apple. Por eso, durante los meses pico del año, los trabajadores están obligados a hacer jornadas de 12 horas. De acuerdo con la ley laboral china, lo normal son 8 horas, pero hacen 4 horas más, un 50% más. Eso es una locura. Y les toca un turno diurno este mes, y un turno nocturno el siguiente, por lo que el cuerpo no se puede ajustar, cambiando cada un mes, incluso a veces con más frecuencia”.
Chan considera que si no hubiera sido por los suicidios que ocurrieron en 2010 y la ola de presión internacional que se generó, no hubiera habido tampoco un aumento en los niveles salariales (aunque aclara que estos aumentos también se explican porque los gobiernos quieren estimular el consumo local). “Pero si bien hubo aumentos salariales, el costo de vida general también ha aumentado, y los gastos de vivienda se han disparado. No hay manera para los trabajadores de poder comprar una casa y por eso la mayoría siguen viviendo en los dormitorios de la fábrica o en viviendas de alquiler, muy pequeñas. En síntesis, existen largas jornadas de trabajo, horas extra de forma compulsiva y bajos salarios”, explica.
La Ciudad del iPhone [iPhone City] en Zhengzhou, concentra unos 350.000 trabajadores cada día. Allí se producen la mitad de los iPhone mundiales. La entrada y salida del Foxconn Zhengzhou Science Park, en los horarios del cambio de turno, son un flujo constante de cuerpos jóvenes, apurando el paso para poder comer algo antes de ir a dormir, o para ingresar a alguna de las fábricas del parque industrial. Llegar tarde no está permitido.
El campus de la empresa cuenta con edificios de viviendas que ocupan cientos de miles de empleados, una decena de plantas industriales, cafeterías, centros comerciales e instalaciones deportivas. Fue construida en una zona franca especial, por lo que Foxconn importa y exporta de forma directa, con importantes rebajas impositivas.
Gran parte de los trabajadores y trabajadoras que trabajan en Foxconn son migrantes internos que provienen de aldeas rurales, personas que, aunque tengan la ciudadanía china, carecen de muchos derechos, como seguro médico o pensión. Esto genera una diferenciación interna muy grande, con millones de trabajadores en condiciones precarias, con inestabilidad en el empleo y salarios más bajos que los trabajos tradicionales. Las migraciones internas, por lo tanto, han sido claves para la formación de una nueva clase obrera. Jenny Chan destaca esta cuestión: “China ha tenido la más masiva migración rural hacia las ciudades, la escala migratoria más grande del planeta. Actualmente se considera que hay unos 300 millones de migrantes rurales. Y este proceso se mantiene, aunque las distancias que se recorren ahora sean menores, porque han aparecido oportunidades laborales en regiones más cercanas a los lugares de origen. Es parte del proceso de industrialización y urbanización en China, y las consecuencias no son tan optimistas o esperanzadoras como podría parecer a primera vista. El principal motivo es que, si los salarios son tan bajos, la gente tiene que ahorrar más dinero para poder enviar a sus padres ancianos, a sus hijos”.
En el caso de Foxconn, la mayoría de los trabajadores y trabajadoras son muy jóvenes, ya que muchos ingresan como estudiantes en prácticas desde los 16 años, la mano de obra tiene una edad promedio de 20 años, y en general se mantiene por debajo de los 30. Muchos de estos jóvenes viven en los dormitorios de la empresa, separados hombres y mujeres, donde conviven entre 8, 12 y hasta 24 personas de diferentes lugares de China y que a veces hablan dialectos distintos, sin poder entenderse. En Dying for an iPhone los autores recogen decenas de testimonios sobre la angustia que provoca esta forma de vida: “Los trabajadores nos contaban que muchas veces se encontraban muy aislados socialmente. Son condiciones económicas y sociales muy estresantes; no te puedes equivocar, siempre te están gritando, estás recibiendo quejas, tienes largas jornadas de trabajo, y después no tienes nadie con quien hablar de todo esto. Por lo tanto, la vida es realmente muy difícil”.
“En el proceso de producción, los trabajadores ocupan la posición más baja, incluso debajo de la maquinaria sin vida. Los trabajadores ocupan el segundo lugar, y son desgastados por las máquinas. Pero yo no soy una máquina”. Este era el testimonio de Cao Yi, un trabajador y activista de 20 años en Foxconn, entrevistado por los autores.
En sus conversaciones con jóvenes obreros, una de las cosas que más le impactó a Jenny Chan, además de las quejas acerca del trabajo rutinario y repetitivo –como si fueran un robot– eran las preocupaciones que compartían con ella acerca de la imposibilidad para poder relacionarse con otros chicos y chicas, poder tener una relación amorosa o sexual. “Y no deberíamos tomar esto a la ligera, porque es parte de sus vidas y esto produce una ansiedad real. Están viviendo en dormitorios, y estos son un mecanismo para reducir lo más posible los costos, porque estas personas duermen, se alimentan y se van a trabajar, se reproduce la fuerza laboral, pero al menor costo posible. Los dormitorios están diseñados para personas individuales, nunca fueron diseñados para familias. Si hay un matrimonio donde ambos trabajan, la mujer estará en el dormitorio femenino, y el esposo en el dormitorio masculino, salvo que sumen sus bajos salarios para tratar de alquilar algo fuera de las instalaciones de la empresa. Esto genera todo tipo de tensiones sociales, ansiedad. Los jóvenes pueden llegar a salir alguna vez, a tomar unos tragos, pero eso es todo lo que pueden hacer, su capacidad de consumo y ocio es mínima”.
“Foxconn es un típico capitalista, que está interesado en los cuerpos productivos mientras estos sean funcionales, no importa si están casados o solteros, tratan a todos como solteros, porque si una mujer queda embarazada, por ejemplo, ya no se podría quedar, porque no podría seguir la intensidad del trabajo y la velocidad que se requiere”, afirma Chan. “Por eso, esas edades muy jóvenes son como el período de oro del tiempo en el cual Foxconn utiliza o explota esa energía corporal, ese trabajo. Esta es la razón por la cual Foxconn también está usando más estudiantes, llamados “pasantes” o en “prácticas”, que provienen de escuelas vocaciones o técnicas. Su prioridad es un ciclo de alta renovación, con gente joven entrando y saliendo, necesitan alimentarse de cuerpos sanos, para poder satisfacer el tipo de trabajo que hacen”. Chan agrega que “a esto hay que sumar que no hay muchos derechos políticos, es un país autoritario, y no hay sindicatos para defender tus derechos. Los sindicatos están dominados por los gerentes. Esto significa que no hay libertad de expresión política, ni derechos a la negociación colectiva. Pero esto no significa que los trabajadores estén impotentes, me refiero al bloqueo de la vía institucional”.
Huelgas y protestas en Foxconn
Un capítulo del libro está dedicado especialmente a las huelgas, revueltas y protestas de los trabajadores de Foxconn. Le pregunto a Jenny Chan cuáles han sido las más importantes en los últimos años.
“Este es un capítulo muy importante. Es sobre el poder de los trabajadores y la capacidad de ser sujetos. Nunca me interesó hacer un libro que fuera solo sobre víctimas. Realmente queremos brindar nuestro apoyo a los trabajadores, pero los trabajadores no están sentados esperando a que lleguemos nosotros, son ellos los que están intentando hacer que las cosas vayan mejor, están tratando de cambiar sus vidas, y se han arriesgado a ser despedidos, y algunas veces incluso han sido detenidos por la policía. Con la reintroducción de los métodos de producción del capitalismo en los últimos decenios, China ha sido escenario de altos niveles de conflictividad política con numerosas huelgas y protestas de trabajadores”.
El libro documenta las diferentes modalidades que adquieren las huelgas, buscando métodos de protesta en medio de condiciones muy difíciles:
“Muchos de ellos entienden que la unidad es lo que les da poder y son muy inteligentes para elegir el momento en que van a la huelga, especialmente en aquellos momentos en que los pedidos de productos son especialmente urgentes. En esos momentos, si tu logras parar la producción, puedes parar la cadena de producción completa, porque cada etapa depende de la otra. Si logras frenar la llegada de componentes, no se pueden ensamblar, no se pueden empaquetar ni despachar. Y no nos olvidemos que Foxconn está en funcionamiento las 24 horas, por lo que los trabajadores pueden hacer un buen uso del “timing” [la elección del momento justo] en las huelgas. Entonces dejan sus herramientas, algunas veces han subido al techo de los edificios en un gran número, amenazando con saltar. La posibilidad de un suicidio colectivo vuelve locas a las autoridades locales, que entonces intervienen, tratando de mediar. En muchos casos se han presentado, buscando una negociación. El gobierno nunca ha protegido a los trabajadores, pero cuando hay esta clase de problemas, llegan para apagar el incendio. Y esto demuestra que los trabajadores tienen algún poder para negociar, no tienen organizaciones sindicales democráticas, pero pueden ejercer presión mediante huelgas o protestas. Cuantos más problemas provocan, en general atraen más atención mediática, y más atención gubernamental, que intentará solucionar el problema lo antes posible. Hay otras veces, en cambio, cuando son solo unos cientos, que no logran ganar y que son reemplazados por otros trabajadores. Las protestas van y vienen en el tiempo, pero lo que muestran es que en tanto los trabajadores son puestos bajo una gran presión, tomarán acciones. Si no hay un cambio en sus condiciones laborales, estas huelgas salvajes y protestas continuarán, es un hecho”.
Los gobiernos de diferentes regiones chinas vienen manteniendo una competencia feroz por lograr el asentamiento de nuevas instalaciones de Foxconn, ofreciendo todo tipo de beneficios la empresa. Aunque no hay registros públicos de las ayudas gubernamentales, según un informe del New York Times de 2016, el gobierno chino aporto significativamente a la construcción de esta inmensa “ciudad de Apple” con más de 1.500 millones de dólares para construir grandes secciones de la fábrica, viviendas, carreteras y hasta una central eléctrica.
Jenny Chan nos cuenta que, en los últimos meses, durante la crisis del coronavirus, han recibido llamadas de trabajadores de Foxconn, muy preocupados por las cuestiones sanitarias. Si bien tienen acceso a máscaras protectoras, las condiciones de hacinamiento en los dormitorios de la empresa o en las cantinas implican un alto riesgo de contagio. Después de algunas paradas en la producción desde finales de enero hasta marzo, el gobierno estaba muy ansioso por reanudar la producción y Foxconn también apuró lo más posible para recuperar el tiempo perdido. Y ahora están presionando en las líneas de producción para trabajar aún más rápido que nunca.
“Esta es la razón por la que algunos trabajadores nos están llamando, y algunos de ellos han publicado mensajes en las redes sociales. No parece haber habido grandes huelgas todavía, porque los trabajadores están también muy ansiosos por volver al trabajo y tener ingresos. La otra cuestión que frena las protestas es la fuerte represión por parte del gobierno, el control que ejerce.”
En el contexto de las tensiones con Estados Unidos y con Taiwán, el gobierno chino no puede permitirse más problemas internos, sostiene Chan. Pero dice que este proceso de mayor represión interna ya lleva unos años. “Hay un proceso de `limpieza´ en China, no solo contra los trabajadores, sino contra aquellos que apoyan a los trabajadores. Las cosas se están poniendo difíciles, incluso para mí, que solía viajar seguido a China, y debo tener más cuidado ahora. En esto también influye que se haya pasado la Ley de Seguridad en Hong Kong, que puede limitar lo que digo, lo que escribo o el curso que preparo para la universidad. Las cosas se están poniendo peor, pero definitivamente los trabajadores continuarán luchando por sus derechos”.
Fuente: Diario de Izquierda